lunes, 18 de julio de 2011

despierta

No soy esto que ves, me escucho decir, sabiendo que tu mirada esta quieta sobre el río turbio de todo lo que, sin demasiado esfuerzo, intento esconder. Tanta piel arrancada a tiras caída sobre el suelo brillante y lujoso de un castillo vacío. Tantos días adorando la vulgaridad. Quisiera dejar de imaginar cuanto te dolió, el número exacto de imágenes que se sucedieron en el techo de tu cuarto cuando intentabas dormir y mis manos se tensaban como arañas sobre las paredes más caras de la ciudad. Mientras cada célula de mi estupidez me pedía que no mirase y yo, entregada, armé con mis parpados una venda de piel cubriéndome la vista y la sostuve con cualquier pretexto que hubiese a mano para poder seguir alimentando de tu dolor mi belleza, tan igual a la de todas las demás. Ella, decide que esta bien un cambio y elije al que quiera romperle las costillas contra la mesa en cualquier bar, pero con sutileza. Esta muy bien si se las rompen suavemente mientras le dicen lo buena que está. Mientras le enumeran los defectos que no tiene. Y, al tiempo que baja la mirada, se lleva las manos a los costados de la cara para que no la alcance el sonido de sus costillas intentando partirse. Para no oír el sonido de eso que es invisible y no tiene nombre, pero que habla, no para nunca de hablar y en este momento le dice corré, no deberías exponerte al hambre de esta bestia, corré, es demasiado grande, demasiado vil, con toda su pesadez, con su espanto encantador, con su diente de oro, con su disfraz de lo que pida el día. Corré, te va a joder en macro. Y no corrí. Ahí, en el suelo, algunas boca abajo y otras cara arriba, en un montón deshecho, las cartas del castillo que había estado construyendo a la vista de todos. Sobre los cerámicos fríos, gotas de miedo volviéndose sólidas. Su cuerpo incomprensible se aleja de a poco. Su boca, que me fascina auténticamente, termina de cerrarse. Y, en este punto, culpable yo, vuelvo a acordarme de vos.